DIvididos lanzó su nuevo álbum; doce canciones ejecutadas con maestría y con el inconfundible ADN del grupo como sello de fábrica
Por Humphrey Inzillo.
En Árbol de Diana, Alejandra Pizarnik (1936-1972) escribió: “Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo. La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Hay algo de esa frase que la célebre poeta inmortalizó en su libro publicado en 1962 que resuena en muchas de las canciones de Divididos, el flamante álbum del estudio que el grupo lanza después de tres lustros.
La contemplación es una de las claves de este esperado álbum, que respetando los propios tiempos de inspiración y producción de un grupo que trazó una dinámica de lo impensado en sus constantes presentaciones en vivo (¿habrá un grupo argentino con un promedio de shows tan alto en las últimas décadas)?, se grabó a lo largo de seis años. La naturaleza y sus procesos biológicos, los usos, costumbres y alienaciones de la sociedad en el siglo XXI y una mirada retrospectiva permiten que el grupo combine reflexiones profundas con una potencia arrolladora que renueva el título de La Aplanadora.
El resultado es una obra que es mucho más que una colección de doce canciones: es una tesis intuitiva sobre cómo estamos viviendo (y cómo deberíamos aspirar, al menos, vivir). En la era del feat., Divididos opta por enfocarse en su forma más perfecta: el arte del trío, la increíble sinergia del tándem Ricardo Mollo- Diego Arnedo, con casi cinco décadas de complicidad musical, y el tercer integrante de ese par perfecto, Catriel Ciavarella, el baterista de la profecía autocumplida desde hace más de dos décadas.
Esta nueva travesía musical empieza en la primera persona del plural. “Aliados en un viaje” es un ejercicio de pospunk, un género del que Mollo y Arnedo, en tiempos de Sumo, sentaron las primeras bases en la Argentina. Un sonido que ahora vuelve despojado de nostalgia y que registra la bitácora autobiográfica de una búsqueda más espiritual y vital que musical. “Aprendimos a buscar, a cruzar por aguas claras cielo adentro, el camino que a su vez nos acerque el corazón a tierra firme”, es lo primero que escuchamos de la gola de Mollo. Su voz pronto se expande: “Aliados en un viaje, de espejos y señales, la línea que nos marque lo cierto y lo impensado, lo frágil y lo intenso”. El tema fue compuesto en colaboración con Pedro Irigaray, letrista de la primera formación de MAM (el grupo que Ricardo compartía con su hermano, Omar Mollo en los años 70) y con quien habían sido compañeros en la escuela secundaria, coautor también de “Tu razón de ser”, histórica colaboración de Mollo junto León Gieco y Gustavo Santaolalla. Pero acaso el mensaje más importante de esta cancion (¿acaso del disco?) sea esa línea que dice “Cuidando aquello que nos hace bien”.
El arte de tapa es más que un envoltorio y funciona como una declaración de principios (o de deseos). Un mensaje que trasciende el ámbito artístico y musical, que muestra una bandera argentina atravesada por una sutura (¿una cicatriz a futuro?).
En “Montes de olvidos”, se destaca el sonido de la armónica, un recurso que el grupo no utilizaba desde “El burrito”, clásico de Acariciando lo áspero (1991). Es un hard rock que, en consonancia con todo el álbum, condensa el ADN que el grupo desarrolló y perfeccionó especialmente en los años 90. Por su justeza y originalidad Divididos ya está en el podio de los mejores power-tríos en la historia del rock mundial. En este tema, la armónica expande la paleta sonora a un lugar que trasciende los lugares comunes del instrumento.
“Volver al centro, volver al silencio”, es una de las líneas claves de la letra de “Bafles en el mar”, una canción que puede entenderse como una excursión submarina y, otra vez, una mirada introspectiva, en el que el sonido del bajo de Arnedo se expande y dialoga con la guitarra de Mollo creando una atmósfera acuosa y etérea a la vez, la calma que antecede a la explosión rabiosa de la canción.
Y rabioso es, también, el comienzo de “Doña Red”. Otra vez la carga genética del grupo en un tema que no suena a otra cosa que no sea Divididos, con una potencia y (aparente) sencillez, imposible de emular. “Como estoico emocional”, canta Mollo. Y diagnostica: “Ludopático, pescando en la red”. La canción cae en una especie de agujero negro, espectral, que refleja una suerte de crisis existencial, de quien ha quedado mareado, extraviado o abducido por la dinámica hipnótica o anestesiante de las redes sociales.
“El faro”, otro rock uptempo, puede entenderse como un reconocimiento a Luca Prodan (algo de eso explicó Arnedo en el documental Sonido, barro y piel, que registra la intimidad de la grabación del álbum y que se proyectó en el Movistar Arena, antes de la escucha colectiva del álbum, el miércoles 12, dos días antes del lanzamiento).
“Mundo ganado” y “San Saltarín”, opuestos y complementarios, son viejos conocidos para los fans del grupo. “Mundo ganado” tiene tintos bluseros, esa marca de fábrica que nos remite, por ejemplo, a la relectura de “El arriero” (La era de la boludez, 1993). Lanzado en 2019 como single, se resignifica aquí como el primer adelanto de este álbum, acaso en su etapa embrionaria, que captura el mensaje que el grupo condensaría en casi todo este nuevo repertorio. “San Saltarín“, en cambio, tiene una tónica bailable, casi pop (todo lo pop que podemos esperar de Divididos), con una carga épica de aquél que va a saltar en picada (a la mexicana). Al final, esas gaitas traen ecos de la música celta (y, claro, cómo no remitirnos a “Crua Chan”).
La balada “Vos ya sabrás” explota la veta acústica del grupo. Una canción fogonera que funciona como una carta y aporta una cuota de misterio, melancolía y, también, romance. Mucho más rockera es “Revienta en Mi mayor”, que en sintonía con “Insomnio” y la también previamente estrenada “Cabalgata deportiva” construyen un sólido bloque de rock pesado.
El comienzo de “Grillo” es austero, con un grado de intimidad que pocas veces alcanzó el grupo. Luego, una orquestación a cargo de Nico Sorín, le otorga un aire (más) celestial. “Resuenan ecos de la inmensidad, el silencio despide al dolor”, canta Ricardo Mollo. Una canción criolla que te deja con la piel de pollo. Una coda memorable y luminosa, que cierra el álbum como uno de esos atardeceres en las playa, cuando el sol gigante se extingue y la naturaleza se gana una ovación.
Fuente: ROLLING STONE
